La historia de la pelotaCorrían las 15:00 del domingo 18 de diciembre cuando y, tras eructar en un fast food del Carrefour de La Paternal, un grupo de cordobeses maloneros idearon un precalentamiento atípico de cara al pogo nocturno.
"Eh culeao, pongamos 5 pé cada uno y nos compremos un fulbo así vamo' a patear un rato al parquecito ese que está al lado de Malvinas", propuso un metalero de la docta con barba y ketchup en su remera de Malón. La respuesta no se hizo esperar y como un murmullo al unísono se escuchó: "Veeee, vamo' a comprar un fulbo choto así pasamo' la tarde". Dicho y hecho. Un balón marca "Pendorcho" de $35 pasó a ser la joya de los Maloneros de La Docta.
El sol no calentaba sino que golpeaba violentamente de lleno a las remeras negras (sucias en su mayoría), por lo que un picadito a las 16:15 hubiese sido lo más cercano a la muerte. La opción fue darle maza a la Pepsi de 2 1/4 debajo de un arbol y compartir un par de pedos y especulaciones en torno al set list de Malón.
16:30, luego de varias erupciones intestinales, un delirante metalero de los presentes propone absurdamente invitar a jugar al futbol al Tano Romano. Si, tal cual, definitivamente cualquier cosa. Más absurda fue la reacción de uno de los maloneros cordobeses que tenía el teléfono del guitarrista de la banda más grande del metal argentino. "Que no? Ya le escribo a ese culeao... Seguro que se prende y me responde 'Por lo pibe voy'".
El texto fue dirigido y entregado a su destinatario, quien siempre contestó los mensajes del documentalista cordobés. Pero, obviamente, desistió a cumplir con la invitación delirante de jugar al fútbol a pleno sol tres horas antes del regreso de Malón luego de 14 años de ausencia.
Con el corazón roto y ahogando las penas en Pepsi de botella de plástico, caliente para ese entonces, los maloneros cordobeses decidieron jugar el partidito sin su lateral derecho (porque el Tano matate que es 4, de una).
El partido duró no más de 35 minutos, momento en el cual un grupo de hermanos inmigrantes de Perú interrumpieron amablemente el partido diciendo "Vamo' a ocupar la cancha. Salgan". Ante semejante acto de camaradería de los diminutos, pero masivos, amiguitos de pantaloncitos cortos que parecían largos, los heavys cedieros el campo.
Partido interrumpido, sin el tano ni bebida fresca. Una derrota colectiva y una pelota de $35 pesos que, a pesar de la adversidad, tenía que cumplir una misión.
Fue entonces cuando cuales Templarios en busca del Santo Grial, los maloneros cordobeses se iluminaron con una revelación: "Si Mahoma no va a la Montaña, le llevemos la Montaña a ese culeao".
Había que entrar con el balón, con el amuleto que el Tano no pudo tocar con su rústica pierna derecha.
La misión era dificil. Las barreras de seguridad eran lo más parecido al camino de Mordor pero el compromiso por llevar la pelota fue como la enmienda de Frodo con su anillo.
"Eh culeao, y como pinchila vamo' a entrar con un fulbo", se preguntó uno de los cuerpos transpirados desde un asfalto caliente. Y la respuesta volvió a llegar desde la iluminación: "Que la entre aquel culeao que es periodista..." .
Estaba todo listo, la pelota malonera estaba dispuesta a ingresar al templo y con las firmas de sus caballeros (si, la firmamos).
No hubo ejército de contención que evite lo inevitable y cual esfera del dragón en el regazo de Gokú, el balón ingresó para finalizar la misión.
Ya adentro y una vez comenzado el ritual, Cresta Dorada, uno de los Caballeros Maloneros de la orden del Fulbo, lanzó la pelota al pedestal del festejo. Misión cumplida. El Tano vio la pelota y sonrió. Karlos pateó como Heber Ludueña con una zurda improvisada, rústica y de puntín.
El ritual fue completo y el ciclo de los Caballeros Maloneros de la Orden del Fulbo pudieron regresar a Córdoba con el triunfo a cuestas y entonando odas al únisomo...
"Olé, olé, olé... Malón, Malón... Olé, olé, olé... Malón, Malón".